La inspiración vive agazapada en algún lugar recóndito de la inteligencia. Aún desnuda de las explicaciones que les dan los románticos, tan llenas de mitología, sobrerbia y sobrenaturalidad, donde la creación es un regalo divino y el autor un elegido por los dioses para sublimar el espíritu humano y trascender hasta la inmortalidad, su naturaleza subjetiva y tan llena de artificios, la vuelven un ingrediente codiciado para el quehacer creativo.
Incluso cuando llega, la inspiración no siempre conduce a la creatividad, y menos aún a la genialidad. Hacen falta vocación y mucho trabajo para conseguir que la llegada de ese pequeño toque divino cristalice en algo tangible, y disciplina y perseverancia para cuando menos encaminarlo por el sendero de lo genial. Son contados aquellos quienes aún teniendo un mapa del tesoro, logran dar con él. Las musas usan la moneda de un país muy lejano al que no siempre se llega. Aún así, siempre hay razones para seguir caminando en la ruta por donde —muy de vez en cuando— aparecen.
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