14 agosto 2010
(por Genrus )

Greta



Tenía muchas ganas de llorar. Las cosas no habían salido como yo esperaba, mi frustración era mayúscula, y sentía que no podía más. Instalado en el drama y con pensamientos difusos, rompí en llanto. Música de violines de fondo incluída (como en toda escena de depresión que se respete). Tras unos minutos, suspiré profundamente. Traté de pensar en otras cosas y migrar hacia una actitud menos depresiva, pero el violín seguía sonando, lo cual me pareció bastante curioso.

—¿Eso que tocas es de Beethoven?— pregunté en voz alta. Greta no contestó.

Bah. No sé nada de música, mucho menos de música clásica. Ubico algunas melodías famosas, pero hasta ahí. Reconozco que le lancé esa pregunta sin más propósito que el de hacer conversación. Como no obtuve respuesta, me acerqué un poco para mirarla de cerca, y escuchar mejor.



El sol vespertino entraba por las ventanas de mi taller, y dibujaba un claroscuro que incendiaba las luces con amarillos otoñales y perfilaba las sombras con destellos dorados. Me quedé mirando sus ágiles y delgados dedos, su cabello castaño, su nariz respingada, y sus pómulos salientes. No quería romper la armonía de la escena y mucho menos interrumpirle; pero en mi torpeza de buscar un sitio dónde sentarme a escuchar, accidentalmente derribé un par de botes que había dejado allí más por desidia que por descuido. Los botes a su vez derribaron una escoba, la escoba golpeó la estantería, y comenzó una desafortunada reacción en cadena que terminó con una zarabanda de herramientas y materiales estrellándose contra el suelo. Greta siguió tocando sin inmutarse en absoluto.

Como pinturas y solventes comenzaran a derramarse, tuve que poner prisa en acomodar y separar algunas cosas antes de que el desastre alcanzara proporciones mayores. Suspiré con tedio. Otra vez a ordenar mis utensilios; a ver si no se reventaron los frascos de tinta. ¡Puff! los pasteles ya están hechos polvo. ¡Chingao! ¿Por qué siempre me pasa esto?

—Tchaikovski.
—¿Tchaikovsky? ¿Pero qué carajos tiene qué ver con..?

Comprendí, e hice una pausa. Me dirigió una sonrisa burlona, y continuó tocando. Puff. Decidí no agobiarme más; de cualquier forma, asumo que nunca terminaré de ordenar las cosas de mi taller, y quizá tampoco de mi vida. Mejor será que vaya a la cocina por una de esas bolsas de basura gigantes, así aprovecho deshacerme de algunos triques. —¿Tomas café?— pregunté. La violinista asintió con la mirada.

Dispuse un gran baúl de tapa plana a manera de mesa; llegué con dos tazas, el azúcar y una sola cucharilla. Yo no tomo azúcar. Según mi apreciación, ella toma demasiada. Mientras terminaba su ejecución y guardaba el violín en su estuche, tomé un trapo y una escoba, y seguí limpiando. Comencé a llenar la bolsa de basura, y a juntar aparte los pedazos de todo aquello que tenía arreglo. La cafetera anunció con un silbido que el café estaba listo, así que fui a la cocina por él. Estando en eso, escuché cómo Greta echaba más y más cosas a la bolsa de basura.

—¡Epa! ¿Puedo saber qué haces?
—Ayudándote a limpiar.
—¿En serio? ¡Vaya! De verdad, gracias. Pero no lo necesito.
—Si no lo necesitaras, no estaría yo aquí.

Tiene sentido, —pensé—. ¿Por qué otra razón estaría aquí conmigo un personaje kafkiano como Greta Samsa? Desde el penoso incidente con Gregorio, Greta aprendió a dejar el pasado de lado. —Yo nunca propuse deshacerme de mi hermano; a él yo siempre lo quise y lo querré mucho—, solía decir. —El que me tenía harta, era ese bicho espantoso, inmundo y quejumbroso en el que se había convertido.

En ese sentido, la respeto mucho. También aprecio su ayuda, aunque lo que en ocasiones me exaspera su actitud socarrona. —¡Qué bonito barco! ¿De verdad pensabas guardarlo? ¡Ja! ¿Y esto? ¡No me digas! ¡Ya sé! ¡Ya casi lo terminabas, no? ¿Este es el mapa de algún tesoro escondido? Sí, claro—. Así, continuó llenando la bolsa de muchos objetos que tenían los más diversos significados para mí, y de las que no planeaba deshacerme. Al igual que muchas personas, guardo cosas porque pienso que algún día haré esto o lo otro con ellas (aunque en el fondo sé que tal cosa no sucederá). Guardo venenos ineficientes, cartas no enviadas, piezas fallidas, dibujos sin terminar, en fin. Le iba a explicar que guardo esas ciertas cosas por no renunciar al intento de mejorarlas, por tener un recuerdo de algún episodio en particular de mi vida, para reflexionar después los porqués, en fin; la historia particular de cada cosa. Pero Greta no me dio oportunidad de hacerlo.

Cerró la bolsa llena y la sacó de mi taller. —¡Y no te atrevas a intentar rescatar algo de esto! Corrió un poco las cortinas, abrió las ventanas, sacudió algunos trapos. —Quizá tiene razón y yo soy demasiado aprensivo—, pensé. Cuando las cosas cambian tanto es una necedad querer conservar objetos por lo que en su momento fueron, o peor aún, por lo que pudieron haber sido. Creo que no es bueno pensar en el pasado como si fuera un hilo al cual atarse para no perder el camino, o para ponerse en un dedo y recordar cosas. Nos sentamos. Apenas terminó de endulzar su café, se soltó el pelo y colocó sobre el baúl su sujetador. Le soplaba a la taza, y le daba pequeños sorbos. La expresión en su rostro parecía suavizarse, y otra vez, por hacer conversación pregunté:

—¿Cómo haces para que el pasado no te afecte, para cambiar de página?
—Deja de darle vueltas a ese tema, ¿quieres? — estalló. —¡Me aburres! ¡Sólo deja de guardar tanta cosa inútil, deshazte de tus ridículas ataduras, y comienza a mirar hacia adelante de una buena vez!

Greta se despertó con sobresalto. Miró su reloj. Casi las 4 de la mañana. Se levantó por un vaso de leche para tratar de conciliar nuevamente el sueño. Había estado soñándome, y no yo a ella como en un principio supuse. Por la mañana salió a su trabajo, y por la tarde acudió al conservatorio donde estudia. El resto de su día transcurrió con total normalidad. Yo en cambio, aún conservo el sujetador de cabello que dejó olvidado, y que me hace sonreír cuando casualmente me lo encuentro. Sinceramente no aprendo. :)