03 abril 2010
(por Genrus )

¡Pero preguntá por Quino, che! »



Calvo y cincuentón, corrió quizá 80 metros para alcanzarme; advertí sus ganas de criticar mi pedantería gratuita; pero lucía muy agitado como para ello, así que simplemente apoyó las manos sobre sus rodillas antes de espetarme: —Por supuesto que tengo. ¡¡Pero preguntá por Quino, che!!—

No me quedó otro remedio que volver al lado de ese vendedor a la librería de donde minutos antes había salido quejándome: —¿Cómo? ¡No puedo creer que en pleno Buenos Aires no tengan libros de Joaquín Salvador Lavado! Pero en su caso, no es como preguntar por Neftalí Ricardo Reyes, o Doroteo Arango, nombres que casi todo mundo sabe asociar a su pseudónimo famoso. Mendocino, argentino, latinoamericano, universal. Quino es siempre Quino. Simplemente Quino.


No hay —que yo sepa— algún libro sobre la vida y obra de este excelso ilustrador. En cambio, hay prólogos y prólogos (y hasta donde sé ¡ninguno escrito por Monsiváis!) sobre su trabajo; no importa cuánto se hable o se escriba acerca de él, siempre quedará una sensación de que la descripción fue demasiado corta. 

Quino nació en Mendoza siendo el hijo más pequeño de una familia de inmigrantes andaluces; y desde chico le llamaban así, para distinguirlo de su tío Joaquín, un ilustrador quien le despertó su vocación de dibujante desde los tres años. Entró a la escuela de Bellas Artes de Mendoza en 1945, el año que falleció su madre. 3 años después queda huérfano, y decide abandonar la escuela, para probar —sin éxito— publicar su trabajo en editoriales porteñas. Tras concluír su servicio militar obligatorio en 1954, decide mudarse a Capital Federal, y se establece en condiciones paupérrimas.

Quizá con el esfuerzo extra que ponen aquellos a quienes el hambre acecha, esta vez sí logra publicar regularmente en algunos medios como Rico Tipo, Tía Vicenta y Dr. Merengue; para 1958 ya era un dibujante más o menos conocido, y tuvo así oportunidad de ilustrar varias campañas publicitarias. Se casó en 1960 con Alicia Colombo, y para 1963 salió "Mundo Quino", un libro con prólogo de Miguel Brascó, que es la primera compilación de su trabajo. El mismo Brascó lo conecta con Agens Publicidad, agencia que en aquel entonces estaba por lanzar una campaña para los nuevos productos electrodomésticos Mansfield.

Agens tenía un concepto más o menos claro para su campaña: buscaban un dibujante que creara una historieta «mezcla de Blondie y Peanuts», y que el nombre de su personaje principal, comenzara con la letra 'M', para poder asociarlo con la marca.



Sea porque una librería mediana situada a apenas unos locales de Galerías Pacífico, sobre la turística y peatonal Florida no puede darse el lujo de perder clientes, o porque mi comentario puso su orgullo en entredicho, pero una vez en el local, el vendedor me ofreció varias compilaciones de Quino, y el ineludible "Todo Mafalda", de ediciones la Flor.

Mafalda es el único personaje (como tal) de Quino, y sin duda punta de lanza en su salto a la universalidad. Como la mayoría de los nacidos después de la fecha de su primera aparición (1963), ví las tiras cuando niño, ya en tomos perfectamente compilados. Pero en su momento me resultaron (al igual que los Peanuts) niños cuyas problemáticas no correspondían a 'niños reales' —de los ochentas—, y tuvieron que pasar algunos años y viajes a Buenos Aires para comprenderla mejor. Me detengo aquí mismo; Mafalda merece, ella sola, otra entrada.

Quino se desmarca del arte, y se define a sí mismo como dibujante. Un ilustrador de esos que, parafraseando a Bertolt Bretch ilustran toda la vida, y se vuelven imprescindibles. Los sesentas fueron una década muy agitada; con manifestaciones colectivas como movimientos estudiantiles y protestas contra guerras injustas, e individuales como la minifalda o la píldora anticonceptiva, los jóvenes de todo el mundo lanzaron su grito de libertad. Las viñetas de Quino rara vez contienen palabras o diálogos, y su potente retórica visual es a la vez humor y a la vez una aguda crítica que en muchos casos permanece vigente hasta nuestros días.


Definirlo como humorista es reducirlo; amén de la altísima cuota de inteligencia que el humor requiere, hay bastante más en su trabajo que la provocación de la sonrisa efímera. Pensar en él como un filósofo, un cronista de la realidad o algo parecido resultaría más que excesivo, y un tanto ajeno a la naturaleza y al espíritu de lo que dibuja. En el prólogo de Mundo Quino de 1963, Miguel Brascó afirma que Quino dibuja como un poeta, con imágenes metafóricas que sorprenden a la realidad con sus incongruencias más sutiles. Para prólogos de ediciones posteriores, añade que, como suele ocurrir, los poetas acceden con los años a las narraciones en prosa. Su apetencia expresiva va evolucionando, y sus dibujos parecen más bien una novela balzaciana por entregas. Los años fueron haciendo de él un dibujante más maduro, y a la vez un crítico más detallado.

Una librería es un sitio donde las tentaciones están muy a mano. Esa ocasión, me hice de algunas ediciones sobre personajes que en algún momento me daré tiempo de mencionar. Pero en el caso de Quino, y el enorme volumen de Esto no es todo, se aprecia toda esa evolución de la que habla Brascó. A veces elige personajes únicos que habitan una página casi blanca, y a veces elige crear escenarios complejísimos, casi cinematográficos. Desde sus primeros dibujos, donde usa una línea muy gruesa y a veces hace sus grises en aguada, hasta algunos de los más recientes, donde emplea ashurados y líneas tan finas como los instrumentos de dibujo le permiten, su obra sigue emanando un poco de ese espíritu poético e inocente, de esa crítica aguda al establishment, y ese grito de horror y de protesta por la guerra, la injusticia, la sinrazón humana.


Como en el epílogo de una novela negra, muchos de los que en los sesentas fueron jóvenes e izaron estandartes y pancartas, terminaron o formando parte de aquello contra lo que protestaban, o convertidos en verdaderos hippies trasnochados. Pocos como Quino, conservaron esa inocencia, rebeldía y ánimo de protesta inteligente. Son los que al igual que Mafalda y demás criaturas adyascentes, nunca han dejado de soñar, y cada tanto nos obsequian un pedacito de su sueño, donde el mundo es un lugar bello, que siempre puede ser mejor.