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Muchos de los cuentos para niños, son pasteurizados para quitarles el peso de una violencia a veces no sólo innecesaria, sino inadmisible para esta época: Es decir, no es necesario sacar a la abuela de Caperucita del estómago del lobo; basta con decir que no la engulló, sino que la escondió en el armario. Criticar a los guionistas de Disney es un lugar demasiado común. Pero el modo en como empobrecen La Sirenita de Andersen, es de llamar la atención.
En el final que se inventa Disney para satisfacer sus propias fórmulas (probadas con éxito durante casi un siglo), la sirenita se casa con el príncipe; seguramente engorda, se llena de hijos, y termina viviendo de sus rentas, o volviéndose una activista de Greenpeace. Nada menos fantástico que eso. Quizá no es fácil digerir a la primera un relato del calibre que nos propone Andersen. Después de que el príncipe se casa con la que siempre fue su prometida, la sirenita tiene oportunidad de revertir el hechizo apuñalando al príncipe. Pero está demasiado deprimida como para pensar en siquiera hacerle daño, así que no lo hace, y opta por cumplir su condena.
En la primera lectura del final, nuestro personaje se convierte en espuma de mar. Espuma que por siempre acaricia y humedece la arena y es un encuentro húmedo e infinito, tremendamente simbólico de los dos mundos contiguos, pero claramente diferenciados que se muestran en la historia.
«...Oyéronse de nuevo en el buque los cantos de alegría: vio al Príncipe y a su linda esposa mirar con melancolía la espuma juguetona de las olas. La Sirenita, en estado invisible, abrazó a la esposa del Príncipe, envió una sonrisa al esposo, y en seguida subió con las demás hijas del viento envuelta en una nube color de rosa que se elevó hasta el cielo...»
Dice Abel Quezada, que las historias de amor fallidas, terminan en poesía, en arte. Y que las exitosas, en cambio, terminan en matrimonio, hijos, sobrepeso. La primera vez que leí La sirenita, sentí que se trataba de un final muy triste. Después, noté que fue un final realmente intenso; a veces es más fácil sentirse identificado con lo fallido. Las cosas no siempre salen como uno quiere, y entender eso es parte del proceso de crecer. No sé si después de leerlo me hice un poco adulto. Lo que sé, es que este relato cambió mi manera de enfrentar los cuentos.
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