Mientras me cuenta de los pormenores de la cirugía que necesita urgentemente para salvar su vida, reparo en que estamos frente a una clínica del ISSSTE. Ser atendido en ese hospital me parece un cruel suplicio que no le desearía ni a mis peores enemigos, así que le escucho con atención. Describe un periplo terrible que incluye mordidas de perro callejero y casi ser arrollado por un camión de basura en ese mismo cruce. Me muestra su mano vendada, y como epítome de su tragedia personal, subraya que es músico: tecladista, guitarrista y baterista, así que queda muy claro que será un muerto en vida si llegase a perder sus dedos. Hurgo en mis bolsillos, y sólo encuentro un billete de $20. No es una fortuna, pero me parece un precio algo alto para una historia que no termina todavía de convencerme, así que le ofrezco: te doy veinte pesos si me dices qué notas integran el acorde DO mayor.
El hombre ni siquiera intenta responder, y se apresura al vehículo que está detrás del mío; esa yunta torpe e intermitente de polímero y metal pronto reanudará su marcha, y ahora enfrenta el reto de hacer una versión corta de su historia sin que pierda el drama o el impacto. Lo sigo a través del retrovisor, pero la señora del chevy azul no parece tener tiempo para historias, y nos avisa a todos con su claxon que la luz ya ha cambiado a verde. Me siento un poco mal conmigo mismo; —¡Pinche mamón! Por ahí el tipo era de esos virtuosos que aprendieron tocando de oído y no tienen ni idea de lo que es un pentagrama—. Pero la señora del chevy insiste, así que mientras avanzo, subo el cristal y el volumen del radio.
We didn't start the fire
But when we are gone
Will it still burn on, and on, and on, and on... ♫
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