23 octubre 2010
(por Genrus )

Cielo de octubre


—No quiero parecer insistente, Valentina. Pero no estoy seguro de que sea una buena idea. Es decir, no vas a ver imágenes como las del Discovery Channel; la Ciudad de México es un sitio muy contaminado, y encima he leído que son aparatos complicados y que lleva mucho tiempo aprender a utilizar.
—Lo sé, papi. Y de verdad lo entiendo. No quiero que gastes en un telescopio. Por eso se lo pedí a los reyes magos.

Un argumento inatajable, hasta para los mismísimos Reyes Magos. Demonios. ¿Por qué no pide una cámara de fotos, un iPod o un videojuego como los otros niños?


I

La mañana del 6 de enero, junto a bolsas de malvaviscos y accesorios de la tienda de animalitos, los Reyes (que por algo son magos) dejaron junto al árbol un Bushnell Voyager 70/300 de montura altazimutal que aunque corría el mismo riesgo de terminar arrumbado que uno MiAlegría con óptica de plástico, nada como favorecer el interés científico de los niños con un mejor juguete.

Así como no puedes pedirle a alguien que toque la quinta sinfonía la primera vez que se sienta frente a un piano, intuíamos que no íbamos a obtener grandes resultados la primera vez. Esa misma noche, subimos a la azotea a mirar el firmamento. Se veían 3 estrellas en toda la bóveda celeste. Bueno, de hecho la tercera quizá era la luminaria del pararrayos de algún edificio lejano. Ni siquiera conseguimos enfocar alguna.

Los siguientes dos días fueron de escuela, así que aprovechamos para leer el manual y enterarnos de algunas cosas. Gracias por comprar su telescopio, bla bla bla. Le recomendamos que no espere hasta la noche para poder utilizarlo. Bah. ¿Por qué no ponen eso en la caja? Estoy seguro de que incluso quienes fabrican instructivos tienen perfectamente claro que... ¡Nadie lee los instructivos! El fin de semana subimos a la azotea a hacer pruebas, y a practicar. Sí. En esa única ocasión, apuntamos hacia los edificios cercanos. Un telescopio de ese tamaño no es algo que puedas guardar en un cajón; tenerlo en la sala de tu casa, causa que 6 de cada 10 personas que te visitan te pregunten ¿Y lo usas para espiar a las vecinas?, y que 10 de cada 10 que lo preguntaron, perciban su pregunta como simpática e ingeniosa.

El primer paso estaba dado. Ya que sabíamos el procedimiento para ver con claridad la marca de vino que bebían los comensales del bar del piso 46 del World Trade Center, o las películas que se exhibían en el cine Manacar, volvimos a apuntar hacia el cielo nocturno, y logramos enfocar algunas estrellas que de todas formas es posible encontrar a simple vista. Valentina trataba de disimular el tedio que le causaba armar todo el kit de astronomía junto a los tinacos para sólo ver puntitos blancos. Hubo que aguardar a finales de mes para finalmente ver la luna llena, y sus cráteres nitidísimos. Satisfacción mínima, pero satisfacción al fin.


II

No fueron muchas las veces que usamos el telescopio entre febrero y abril. No sé por qué tengo la manía de no tirar las cajas, pero cuando estaba desarmando el estorboso empaque del telescopio tras recibir un ultimátum de mi mujer, descubrí un aparatito que servía para localizar cuerpos celestes, y que además narraba la historia de las constelaciones. —Interesante— pensé. Le puse sus dos pilas AA, y lo encendí. Una voz gallega robotizada ordenaba: Inserte su posición geográfica con las flechas. Usted está... a UN grado longitud oeste. Usted está... a DOS grados longitud oeste. Usted está... a TRES grados longitud oeste. Después de 10 minutos de esto, percibí dos soluciones posibles: O nos íbamos a vivir a Togo (la costa más cercana a la intersección del ecuador y el meridiano de Greenwich), o nos buscábamos otro método para localizar estrellas.

Es muy molesto decir "te lo dije"; pero para finales de mayo, el telescopio ya lucía una ligera capa de polvo. No. Me rehúso a dejarlo en el abandono. ¡¡Galileo pudo ver las estrellas hace cientos de años con un aparato que él mismo construyó!! —Galileo no vivía a tres calles de un edificio de 47 pisos, corazón—, se escuchó desde la cocina. Demonios. Quizá tenga razón. Googleando, además de métodos de triangulación geométrica, dí con aparatos costosísimos de interfaz USB que prometían hacer lo que yo no había podido conseguir. Las matemáticas nunca han sido lo mío. Comencé a subir a la azotea yo solo; Valentina me acompañaba de cuando en cuando, pero se subía el iPod para entretenerse mientras yo me peleaba con lentes y los grados de arco, tratando de encontrar algo. Lo que fuera. Un intento fallido tras otro, hasta que un día ocurrió.

Sentado en el piso guardando en su caja todos los cositos de la óptica, ví que podía apuntarle a una estrella sin moverme de mi lugar. Así que le apunté. Trataba de enfocar, pero ya había aflojado los tornillos de ajuste, así que el telescopio se movía demasiado. Un brillo. ¡Ajá! ¡Ahí está la estrella! moví la cremallera de enfoque para darle más nitidez a ese puntito blanco, cuando apareció otro. Y otro más. Miré por arriba del telescopio para cerciorarme. No. Allí no hay más de una estrella. Ajusté el ocular, y sí. De pronto aparecieron. Muchos, muchos puntitos blancos, con una mancha violeta de fondo. Parecía una tontería, pero sentí una emoción incomparable. ¡Valentina, ven a mirar! Miró por el telescopio, luego por encima. ¡Guau! Se asomó al cubo de luz, y gritó ¡¡Mati, mamá, vengan a ver!! ¡¡Papá acaba de encontrar una galaxia!!


III

De acuerdo; no tengo la menor idea sobre si eso que vimos era en realidad una galaxia, pero daba lo mismo. Habíamos conseguido mirar algo que no era posible ver a simple vista, así que, al diablo con las obtusas convenciones astronómicas. Eso me tuvo de buen humor todo el día siguiente. Cuando en conversación de sobremesa le platiqué a mi jefe sobre la galaxia recién descubierta, me hizo una pregunta totalmente razonable, pero que yo no me esperaba: ¿Y le sacaste foto?

A últimas fechas, el jefe ha convertido su hobbie de fotografía en algo serio. Asiste a cursos, se ha hecho de sofisticado equipo y... me obsequió un adaptador de fotografía para el telescopio (junto con un precioso lente de 1000mm). Tenía ganas de probar el equipo ese mismo día, pero Valentina estaba en exámenes, y las condiciones atmosféricas no eran óptimas. La astronomía es una cosa de mucha paciencia. Aunque no estoy seguro de cuándo, por esos días extraviamos la brújula que venía con el telescopio. Nada grave —pensé—. En internet se pueden buscar hasta las cosas perdidas. Navegando por el Android Market, encontré la dichosa brújula y, la aplicación que nos terminaría cambiando la vida: Google Skymaps. Aunque ya hacía mucho que había descargado la versión de escritorio junto con todo el Google Suite, tener Skymaps en el teléfono hace una gran diferencia. La aplicación usa el mismo sistema de localización de Latitude, te muestra un mapa la bóveda celeste dependiendo de hacia dónde apuntes el teléfono, y hace ver a los costosos aparatos similares como de la edad de las cavernas.

Desde que Valentina avisó que los reyes sí le habían traído su telescopio, la gente cercana a nosotros ha tenido la amabilidad de avisarnos cada vez que se entera de la proximidad de un evento astronómico significativo, o cuando simplemente hay una luna hermosa. Esta vez fue mi jefe quien me sugirió salir a fotografiarla. Subimos a la azotea, situamos el telescopio, e hicimos algunas fotos. Como es costumbre en las ciudades, la contaminación lumínica dejaba ver poco. Ok. Usemos Skymaps para ver si hay algo interesante por aquí. Hmm... según la aplicación, Júpiter estaba muy, muy cerca, así que nos pusimos a buscarlo; en realidad, Valentina y yo estábamos conversando tan a gusto sobre cualquier cosa, así que daba un poco lo mismo hallarlo o no.  En eso... un punto blanco. Vistas desde el telescopio, las estrellas se ven también como puntos blancos, pero tienen un resplandor característico que este punto no tenía. ¿Será? Nah, no creo. Intercambiamos lentes, enfocamos más de cerca. No, no puede ser. ¿Es? Revisamos con el programa, con el apuntador led, y sí. Todo correspondía. Según esto, sí era, sí debería ser. Usamos el objetivo más potente que tenemos, y allí estaba. Escandalosamente brillante. Con sus rayitas cafés, sus lunas, con la mancha esa —que no sé si es un cráter o una tormenta—, todo. Todo lo que sabíamos de ese planeta, estaba frente a nuestros ojos.

Tras investigar un poco leí que es un planeta fácil de encontrar hasta para los novatos. De todas formas, sentimos una emoción indescriptible. 10 meses después de que los reyes trajeran el telescopio, Valentina y yo tenemos una pequeña foto con cuatro puntitos blancos sobre un fondo negro, y la enorme satisfacción de haber visto a Júpiter en vivo.


Un Comentario:

guerox dijo...

Hey genrus!.. te sigo desde que empezaste tu equipo de larousse illustrators, que bueno encontrarte de nuevo, muy buena historia, que estes muy bien...