24 abril 2010
(por Genrus )

Las once mil vergas de Apollinaire. »

En ese continuo afán de experimentación y de afianzar mis habilidades para expresarme con código fuente, buscaba en la web algunos caligramas de Apollinaire, cuando con mucho sobresalto me encuentro un artículo en un blog que hablaba de Las once mil vergas... como una pieza de la literatura gay. ¡Válgame! Incluso si tal cosa existe (la literatura gay), semejante apreciación es como decir que los Jackson Five hacían música negra.

Aunque en muchas librerías está bajo la categoría de literatura erótica (el sistema no les deja continuar sin rellenar ese campo, supongo), el erotismo no está para nada presente. Es una obra completamente pornográfica, aunque cabe señalar que con 'pornográfica', no me refiero al "carácter obsceno que busca ofender a las buenas conciencias" (según la RAE), sino más bien, —y como lo explica Baudrillard— al uso barroco de lo excesivamente descriptivo. De haberse publicado en 2007, habría causado muchísima polémica. Imaginen ahora en el París bohemio de 1907.


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Del mismo modo que El Quijote no debe contarse entre los libros de caballerías, Las once mil vergas no debe ser tomada por una novela pornográfica (si este adjetivo tiene alguna significación precisa). La ausencia de metafísica, seriedad y trascendencia, que impregnan la pornografía de consumo, hace de ésta una obra completamente diferente, terriblemente humorística y sarcásticamente corrosiva.


El libro tiene otro parecido con lo que comunmente asociamos con porno: Aparecen los protagonistas, y casi de inmediato, sin razón aparente y sin más preámbulos, comienza una metralla de penetraciones, mordiscos, azotaínas, erecciones y sodomías, protagonizadas por nobles, sirvientes, niños, ladrones; hombres, mujeres, animales; por cualquier orificio, con cualquier fluído corporal de por medio. Desde el palacio más lujoso de París, hasta la trinchera más hedionda de la guerra ruso-japonesa sirven de escenario para esta tremenda descarga de gore, perversamente detallada y descrita.

Pero a diferencia del porno, la narrativa aquí tiene un extraño efecto: Así como la escena de Kill Bill donde Uma Thurman pelea contra decenas de enmascarados, y la sangre de sus miembros amputados brota a chorros, consiguiendo un efecto casi teatral, los excesos de Moni Bibescu, el protagonista, ocurren de un modo que por momentos raya en el surrealismo, y que nos ayudan a no apartarnos del hilo de la historia, que tiene un final muy poético, y deliciosamente conclusivo.

Las once mil vergas no tienen nada qué ver con el Apollinaire simbolista de los Alcoholes, el creativo de los caligramas, o el surrealista de los Poèmes à Lou, y a diferencia de libros como Justine, del Marqués de Sade, no busca mostrar horrores, parodiar sociedades, o proponer sofismas para sus anti-héroes. No. Apollinaire no parece tomarse las cosas muy en serio, y nos cuenta una historia que vaga libremente por los entresijos de lo perverso y a capricho de los más irrefrenables placeres. Ya lo decía su paisano Víctor Hugo: "La razón es la inteligencia en ejercicio, la imaginación es la inteligencia en erección". Absolutamente recomendable.

Las once mil vergas, en wikisource.
Algunas citas del libro.