10 abril 2010
(por Genrus )

La verdad de las mentiras





—¡Yo no fuí!— exclamó.
—¿Entonces?— Inquirí.
—Bueno, sí. ¡Pero no fue mi culpa!



Escuché con atención la historia de un insecto pequeñito que amenazó con devorar lentamente el sillón; de cuán escurridizo era como para dejarse atrapar, y del porqué Matilde decidió usar un marcador negro para dibujar una telaraña para confundirlo, y una enorme araña para disuadirlo.

—¿Ah sí? ¿Y cómo sabías que el insecto pretendía devorar el sillón?
—Sus papás se enojaron con él, y lo dejaron sin comer, al pobrecito.

Unas horas más tarde, arrodillado frente al sillón, y tratando de componer el desperfecto con varios tipos de limpiadores domésticos, conversaba con mi mujer.

—No deberías celebrarle tanto el que diga mentiras; eso la puede llevar a creer que de algún modo es bueno, y...—
—Yo sé, yo sé —interrumpí —Pero es que no me dijo ninguna mentira; admitió que fue ella, y sólo me dio sus razones; no soy capaz de cuestionar la validez de las mismas—
—Pues tú sabrás. Pero a mí no me encanta que use esas historias como coartada.

—Ok, lo hablaré con ella— dije, pero por las dudas, dejé un poco de tela de sillón sin mojar. No sea que el insecto se levante hambriento a medianoche. :)


La verdad es una cosa subjetiva, y muy difícil de verificar. Decía Abel Quezada, la verdad es tan cruel que por eso sólo puede tener súbditos y no amantes. Y cada vez que la humanidad eligió no quedarse con la verdad, surgieron esas hermosas y adoradas mentiras; la música, el arte, la ficción. Todas esas mentiras que durante siglos alimentaron el espíritu de los hombres aún en los tiempos más oscurantistas, aún con la prohibición de las dictaduras más totalitarias, que comprendían el peligro de que la gente imaginara cosas; la imaginación es un camino hacia la libertad, y que la gente probara los placeres de la libertad era algo que no podían permitirse.

Pero así como no hay una verdad absoluta, del mismo modo siempre hay algo de verdad en las mentiras. Las mentiras son retratos personales entreverados a las verdades colectivas; así como en Donde Mejor Canta un pájaro de Jodorowsky, o en The Big Fish, los protagonistas eligen tergiversar la verdad, llevarla de paseo por la ruta de la fantasía y hasta del sinsentido, para presentarla de un modo más reconfortante. ¿A quién le importa corroborar la verosimilitud de los datos presentados cuando el hilo conductor es atrapante? No es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Ya lo decía Valle Inclán: "Las cosas no son como las vemos, sino como las recordamos".

La verdad de las mentiras, es un libro que —según mi limitada perspectva—, demuestra que lo de Vargas Llosa es el relato, no el ensayo. Pero así como Abel Quezada, que siempre pintó por gusto y no por oficio, en este libro, el autor de La ciudad y los perros en vez de simplemente escribir un libro sobre libros, se permite un recorrido por sus obras favoritas, y nos regala una interpretación que, como el insecto de Matilde, es una mentira muy íntima y muy válida, que hace que cada una de sus líneas valga mucho, muchísimo la pena.