05 diciembre 2009
(por Genrus )

Lecturas desobligadas: La primera es por despecho, la segunda es por capricho, y la tercera por placer. »

Mantener viva una bitácora, no es tarea fácil. Mantener vivas varias, impensable. Para escribir, no sólo hace falta tener algo qué decir, sino ponerse a hacerlo. Y allí radica parte del problema. Las ideas y las mariposas son muy parecidas. Uno las ve por allí, con su revolotear silencioso, su colorida presencia y apariencia inofensiva. Sin embargo, cuando uno se propone atraparlas, desaparecen misteriosamente. Hay que esperar. Esperar pacientemente antes de que llegue la primera, para entonces sí, comenzar con el proceso; el proceso de observarlas, de seguirlas y dar el golpe de red en el momento exacto, con el grado justo, y a la mariposa adecuada. Y si acaso tuviste éxito con lo anterior, lo complicado apenas comienza. No todas las ideas lucen bien una vez que les has clavado un alfiler...


(I)

No sé en qué momento perdí la capacidad de ser espontáneo. Apenas consigo capturar una idea, me vuelvo propenso a tenderle surcos donde ésta pueda encajar y fluir libremente, pero hacia donde yo quiero. Para cuando caigo en cuenta de la paradoja, ya es demasiado tarde. Escribir era algo más sencillo hace algún tiempo. La mayoría de los navegadores apenas podía interpretar unos cuántos colores, y habían también muchas menos líneas temáticas a las cuales adscribirse. Se trataba simplemente de compartir. Experiencias irrelevantes, reflexiones trastocadas, alguna que otra patada de ahogado y cualquier cantidad de lugares comunes. Cualquiera podía reconocerse, aterrizar e incluso aventurarse a compartir sus propios comentarios.

Junto con la espontaneidad, perdí la chispa, y no sólo dejé de ser ameno: dejé de ser leído. Las calles adoquinadas y los arcos de ese pequeño sitio se vieron a merced del hambre de urbanización de una ciudad cosmopolita, que vino con sus robots(1) y sus spiders a indexarlo y consumirlo todo. Habiendo terminado su banquete, los peces más grandes tendieron sus puestos y abrieron sus marquesinas multicolores, invitándote a hacer home en ellos. No era lo más cómodo, sin duda. Pero estaba encaprichado, y seguí escribiendo.


(II)

La luz del semáforo cambió a rojo, y al fin tuve un instante para la reflexión. Eran tantas cosas las que apresuradamente desfilaban frente a mí, que no podía siquiera seguir alguno con la mirada. Las mejores ideas estaban aparcadas frente a los lugares más codiciados, y no importaba lo que se te ocurriera; había por allí alguna idea mejor, más grande, con más accesorios, en un empaque más lindo, qué se yo. Los estudiosos comenzaron a agrupar las ideas, a cocinar conceptos, elaborar teorías, y en general a ponerle nombre o etiqueta a las cosas que parecían más cotidianas. Resultó entonces, que ser social era ser versión 2.0

Y entonces, escribir era lo más fácil del mundo. Cualquiera escribía de lo que sea. La gente lo hacía más por esa necesidad de comunicarse, que porque tuviera algo qué decir. Esto tuvo desde luego, sus ventajas y desventajas. Podías encontrarte verdaderas maravillas enmedio del ruido que generaba toda esa nueva ola de bloggers entusiastas. Había mucho que leer, mucho más sobre lo que escribir, pero encontrar se hizo más difícil. Había que cimentar mejor lo que uno escribía, ya no por ese compromiso con el contenido, sino simplemente para evitar que se perdiera en el inmerso mar de textos vivos. Tampoco me gustaba sentir tanta presión. Pero tampoco quise quedarme en la orilla. Suspiré, abrí mi blog, y seguí escribiendo.


(III)

Al igual que casi todo aquel que se abre una bitácora web, de inicio el mío no era otra cosa que una suerte de tamagotchi que había que llenar de cuanto widget o artilugio estuviera a nuestro alcance, y —¿por qué no? vaciar alguna ocurrencia de vez en cuando. Mi renovado entusiasmo por el diseño de interfases (skines, temas, plantillas, o como el apreciable lector guste llamarles) para esta 'nueva' plataforma, me desvió de la intención primara de hacer mi bitácora. O para ser más precisos, de escribir en mi bitácora. Fui aumentando tanto mi vocabulario en código fuente, como disminuyendo su contraparte en castellano. Un blog no era suficiente, así que me abrí varios. No sé exactamente cómo ocurrió, pero al final, me resultaba más sencillo describir el mundo entre corchetes, expresado en pixeles y con notación hexadecimal, que con palabras llanas.

Muy a mi modo, seguí escribiendo. Uno tras otro, mis blogs fueron cambiando de apariencia conforme las novedades en los estándares en los navegadores o las modas visuales me lo sugerían. Construídas sobre esqueletos sólidos y sintaxis válidas, pero habitadas por contenido simulado en ocasiones, escueto en las restantes. Una serie de bitácoras fantasmas; un montón de desoladores y coloridos maniquíes de aparador.

Y de pronto, lo inesperado. Mi vida dio un intenso giro (vale, fue un giro como de 15º, pero considerando lo monótona que suele ser, esos 15º me resultaron muy intensos), y me dieron ganas de escribir. Empecé con metáforas tímidas e inocentes, seguí con circunloquios llenos de acné, y poco a poco regresé a escribir como la gente. Mis bitácoras fueron estacionando su diseño a un sólo tema, y los temas empezaron a llegar de forma intermitente, pero gustosa y constante. Así ha ido ocurriendo  con todas ellas, y ahora toca el turno a ésta. Hasta hoy es que he decidido clavarle el alfiler y dejarla quieta. Sé que el precio de hacer eso, es matarla un poco. Debo seguir escribiendo para evitar que marchite. Independientemente de los motivos, los contenidos o los códigos, escribir es un placer irrenunciable.


(1)Para quien no comprenda el tema de los robots, ellos tienen un mensaje
Mensaje que por supuesto, sólo es visible si ud nos visita desde Mozilla Firefox.