20 noviembre 2010
(por Genrus )

Guía triste de París »



Apagué mi gauloise sobre las baldosas. No tener a dónde ir no es un problema en una ciudad que apenas conoces: cada paso que das te conduce hacia la novedad. De cualquier modo, saqué el mapa de bolsillo que me obsequiaron al comprar mi carte orange en la terminal del RER. Apenas me vio hacerlo, la muchacha que estaba al lado mío también fumando sentada sobre la fuente Saint Michel se me acercó, y con voz preocupada me dijo:

—Do you speak english?
—Pues... más o menos—, le dije. Como que la pronunciación de pronto me falla bastante.

—¡Ay, qué alivio! —Exclamó. Es que fíjate que estaba con mi grupo, y me entretuve en —no sé dónde—, y ahora creo que estoy perdida, y... un segundo —meditó—. ¿Cómo supiste que yo hablo español?



—No lo sé a ciencia cierta. Es tu tono de voz, quizá. Pronunciaste "Do you speak english" de un modo que me hizo suponer que eras hispanoparlante. Es más; no sé por qué creo que además de hispanoparlante, eres mexicana. Y si me apuras, añadiría que del D.F.

—¡Por Dios! ¿Cómo puedes darte cuenta de esas cosas?
—Bueno, yo también soy del D.F. De otro modo, difícilmente me habría dado cuenta. No sé, es como los norteños, que para nosotros suenan todos igual, y entre ellos reconocen su acento regional. Intuición, pues. ¿Me decías algo de que no encontrabas a tu grupo?

En ocasiones, la realidad ocurre de tal forma, que es difícil distinguirla de la ficción. Algunos de los mecanismos conductores de los hechos logran hacernos dudar. Así es la Guía triste de París, de Alfredo Bryce Echenique. Una serie de relatos con matiz de vivencias —acaso crónicas viajeras— de gente que compartía una realidad histórica común en un país extraño.

Los años sesenta trajeron consigo una revolución cultural que expandió rápidamente. Fueron épocas de la utopía marxista, representada por un póster del Che Guevara mirando al infinito. Con la hegemonía económica disminuída, Francia decidió erigirse en una potencia cultural; no es casualidad que durante el llamado boom latinoamericano, la obra de autores como Carlos Fuentes, Cortázar, Vargas Llosa o García Márquez hubiera sido traducida primero al francés, para de allí abrirse paso al resto de Europa. Como parte de esta inercia, Francia abrió sus puertas al tercer mundo mediante becas de estancia en París; inclusive, para no limitar moral ni terminológicamente su ámbito de influencia, los franceses idearon el término "Latinoamérica", que juntaba los destinos de la América Ibérica con los suyos: todos bajo el latín, la lengua madre.

&
...Siempre vivimos por debajo de nuestras ilusiones, Sonia. Para eso tenemos ilusiones, finalmente. Para tratar de vivir por encima de lo que seríamos sin ellas.
Carlos Cerda,
Una casa vacía

Artistas, intelectuales, escritores y otras jóvenes promesas; aunque los protagonistas de cada uno de los relatos son tan variados como sus realidades particulares, las historias confluyen en que todos ellos llegaron con la ilusión de tener un lugar en el banquete del primer mundo, y pronto se sintieron abrumados por la intimidante perfección de una ciudad como París, tan civilizada y deslumbrante, tan diferente a los entornos tropicales, bananeros, pueblerinos y caóticos a los que estaban acostumbrados. Muy pocos alcanzaron la gloria; el resto, se quedó en el viaje, deambulando como fantasmas sin propósito, devorados por una ciudad hostil e inexpugnable, y rumiando una realidad muy lejana a lo que ellos suponían que debió haber sido.

En la nota introductoria, el autor se toma la molestia de aclarar que pese a que muchos de ellos están inspirados en anécdotas concretas, sus relatos son producto de la ficción. Dicho aviso, funciona como una de ésas señales informativas en carretera, que uno puede decidir si tomar o no en cuenta; Decía Marcel Duchamp que para tener éxito en la narrativa, si es ficción debe sonar a realidad, y si es realidad debería parecer ficción.

La chica me mostró el folleto del tour que ofrecía su hotel. La siguiente parada no quedaba lejos, así que me ofrecí a acompañarla. La conversación que tuvimos mientras caminamos por el Quai de Saint Michel rumbo a Notre Dame no fue nada memorable. Quizá se sintió incómoda, atrapada; como cuando te toca que un taxista se pone parlanchín, y tu lo único que quieres es llegar a tu destino. Nos despedimos y nos deseamos suerte. Ella entró a la catedral, y juraría que se rentó uno de esos walkmans llenos de información del lugar en varios idiomas. Encendí otro cigarro. Pensé en sacar mi mapa de nueva cuenta, pero finalmente elegí que mis pasos me llevaran a donde fuera. La ficción circula libremente por las calles, y no me gustaría andar perdido si de pronto ocurre que se cruce en mi camino.