24 julio 2010
(por Genrus )

Itinerarios »

La chica abordó el microbús en la esquina de Pestalozzi y Diagonal de San Antonio. Aunque quedaban algunos asientos libres, decidió permanecer de pie. Seguramente bajaba cerca (para quienes no lo sepan, los microbuses, en especial los de la Ciudad de México, han sido modificados para meter 10 ó 12 asientos pares donde originalmente deberían ir 6 u 8, lo que hace que ir sentado a veces sea más incómodo que ir de pie).

Recargó su cadera en uno de los postes que sirven para asirse, para quedar con las manos libres. Se puso sus audífonos, seleccionó su playlist, y regresó el iPod a su morral (vestía unos converse, jeans holgados, una blusa blanca de algodón, y un chal. Fea no era, pero tampoco nadie que hiciera voltear las miradas).

Hasta aquí, nada digno de contarse. El problema comenzó cuando sacó una tutsi-pop (paleta, piruleta, chupetín, o como el amable lector llame al caramelo que va pegado a un palito).

17 julio 2010
(por Genrus )

para leer a Langagne. »

Aunque ningún estado emocional en particular es requisito, con la poesía ocurre un poco lo mismo que con la bebida: se antoja según la actividad reciente, la hora del día, el clima o la compañía. Una cerveza en una tarde calurosa, a Benedetti cuando se está con añoranza; un tequila para entrar en calor, a Sabines cuando la herida todavía duele; un whisky para una charla profunda, a Gabriel Zaíd para el interludio; un vino dulce para una comida breve y exquisita, a López Velarde para purificar el pensamiento. Hay en todo ese menú un par de libros de Eduardo Langange que me sirvo cuando tengo antojo de un ron con sabor a nostalgia y a madera de roble.

10 julio 2010
(por Genrus )

Vuelta a Lisboa (segunda parte). » »


Mis tripas rechinaban de hambre mientras miraba a la chica al lado mío en el autobús comerse unas papas fritas. Llovía copiosamente; tras un largo camino, yo sólo esperaba llegar, comer algo caliente y dormir el resto de la tarde. El chofer se detuvo, y gritó desde su asiento: —Meu senhor, pesaroso dizer, mas Restauradores é meu último batente.— No es que Baixa quede muy lejos de allí, pero caminar bajo esa tormenta y tener que cruzar la Praça de Don Pedro, donde no hay donde guarecerse, carajo. Voy a llegar hecho sopa. ¡Qué remedio! —Obrigado. Boa tarde.—

03 julio 2010
(por Genrus )

Posada y otras lecciones sobre el arte popular »

Son las siete con quince minutos. El joven catedrático se presenta; Deja sus cosas sobre el escritorio. Viste ropa casual, y huele a colonia Sanborns; habla un poco sobre el tráfico antes de comenzar su clase. Se frota las manos, y dice bueno, comencemos. Con una actitud más parecida a la de un conductor de Reality que a la de un profesor universitario, nos lanza:

—¿Qué mentiras han escuchado sobre José Guadalupe Posada? ¡Vamos, díganmelas todas!

Mientras tímidamente algunos comenzaron a arrojar datos y comentarios sobre su trabajo, yo no salía aún del asombro. Cuando la información redundaba, el profesor interrumpió con el esperado —¡Pues todo es mentira!—, seguido de una sonrisa de anuncio de dentrífico. —Posada ni retrató una época, ni revolucionó nada. Si no quedó en el olvido, fue porque Diego Rivera se encargó de mitificarlo, haciendo toda clase de apologías sobre su trabajo. Jóvenes, la única aportación de Posada a la historia del Diseño en México, es el haber sido el primer freelance del que se tiene noticia. Nada más. Ví a algunos tomar nota, mientras el profe sonreía satisfecho. Pensé:

Resiste, vamos, resiste. No importa, de verdad. Es una clase más, en unas semanas se acaba, lo que importa es la calificación, el tipo sólo quiere ser simpático y lucir crítico. ¿Para qué discutes con el?

Pero dah, no pude. Levanté la mano.
—Sea serio, profesor. ¿De verdad piensa eso?—