24 abril 2010
(por Genrus )

Las once mil vergas de Apollinaire. »

En ese continuo afán de experimentación y de afianzar mis habilidades para expresarme con código fuente, buscaba en la web algunos caligramas de Apollinaire, cuando con mucho sobresalto me encuentro un artículo en un blog que hablaba de Las once mil vergas... como una pieza de la literatura gay. ¡Válgame! Incluso si tal cosa existe (la literatura gay), semejante apreciación es como decir que los Jackson Five hacían música negra.

Aunque en muchas librerías está bajo la categoría de literatura erótica (el sistema no les deja continuar sin rellenar ese campo, supongo), el erotismo no está para nada presente. Es una obra completamente pornográfica, aunque cabe señalar que con 'pornográfica', no me refiero al "carácter obsceno que busca ofender a las buenas conciencias" (según la RAE), sino más bien, —y como lo explica Baudrillard— al uso barroco de lo excesivamente descriptivo. De haberse publicado en 2007, habría causado muchísima polémica. Imaginen ahora en el París bohemio de 1907.

17 abril 2010
(por Genrus )

La inocencia y los 80s.

En uno de esos caprichos del azar, encendí la radio, y sonaba The power of love. Sentí un irrefrenable deseo de subirme a un DeLorean, y volver a los 80s.

Hay una parte de la historia —la escrita por los historiadores—, que habla de los acontecimientos principales, de las geografías y las políticas, del arte y la sociedad. Paralelamente, las juventudes van construyendo eso que después se llama cultura.

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Los sesentas: minifaldas y anticonceptivos.
Los setentas: drogas recreativas, haz el amor y no la guerra.
Los ochentas: autos, moda y rock and roll. (Uo-uo)

Los sesentas trajeron una necesaria ruptura a la rigidez de los modelos de pensamiento que prevalecían entonces. Los ideales iban en ascenso. No es casualidad que en todo el mundo hayan surgido movimientos sociales y culturales con raíces y metas casi idénticas; al grito de la imaginación al poder, los jóvenes salieron a conseguir libertad. Y una vez ganada, decidieron probar sus placeres y sus excesos durante la década de los setentas; se llegó entonces a la cima de la parábola, y el inevitable cuesta abajo durante los ochentas y noventas. Pero para los que vivimos esa época, fue como descender de una montaña rusa: lejos de pensar en decadencias, simplemente alzamos los brazos y gritamos felices, inocentes.

10 abril 2010
(por Genrus )

La verdad de las mentiras





—¡Yo no fuí!— exclamó.
—¿Entonces?— Inquirí.
—Bueno, sí. ¡Pero no fue mi culpa!



Escuché con atención la historia de un insecto pequeñito que amenazó con devorar lentamente el sillón; de cuán escurridizo era como para dejarse atrapar, y del porqué Matilde decidió usar un marcador negro para dibujar una telaraña para confundirlo, y una enorme araña para disuadirlo.

—¿Ah sí? ¿Y cómo sabías que el insecto pretendía devorar el sillón?
—Sus papás se enojaron con él, y lo dejaron sin comer, al pobrecito.

Unas horas más tarde, arrodillado frente al sillón, y tratando de componer el desperfecto con varios tipos de limpiadores domésticos, conversaba con mi mujer.

—No deberías celebrarle tanto el que diga mentiras; eso la puede llevar a creer que de algún modo es bueno, y...—
—Yo sé, yo sé —interrumpí —Pero es que no me dijo ninguna mentira; admitió que fue ella, y sólo me dio sus razones; no soy capaz de cuestionar la validez de las mismas—
—Pues tú sabrás. Pero a mí no me encanta que use esas historias como coartada.

—Ok, lo hablaré con ella— dije, pero por las dudas, dejé un poco de tela de sillón sin mojar. No sea que el insecto se levante hambriento a medianoche. :)

03 abril 2010
(por Genrus )

¡Pero preguntá por Quino, che! »



Calvo y cincuentón, corrió quizá 80 metros para alcanzarme; advertí sus ganas de criticar mi pedantería gratuita; pero lucía muy agitado como para ello, así que simplemente apoyó las manos sobre sus rodillas antes de espetarme: —Por supuesto que tengo. ¡¡Pero preguntá por Quino, che!!—

No me quedó otro remedio que volver al lado de ese vendedor a la librería de donde minutos antes había salido quejándome: —¿Cómo? ¡No puedo creer que en pleno Buenos Aires no tengan libros de Joaquín Salvador Lavado! Pero en su caso, no es como preguntar por Neftalí Ricardo Reyes, o Doroteo Arango, nombres que casi todo mundo sabe asociar a su pseudónimo famoso. Mendocino, argentino, latinoamericano, universal. Quino es siempre Quino. Simplemente Quino.