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“Si han de entrar en tierra de guerra primero aprenden el lenguaje de aquella gente, y toman el traje de ella, para que no parezca que son extranjeros sino que son naturales”.
Sahagún (ibid., pp. 67-68)
Según se avanza con rumbo norte, el Paseo de la Reforma va dejando de parecerse al sueño de Don Porfirio. Hay que doblar a la izquierda sobre la ribera del eje 2 norte. El que antes fuera un muro de serpientes, ahora simplemente es una valla peatonal que cuida a los transeúntes de la furia del arroyo vehícular sobre Manuel González. Hay que cruzar la pluma antes de atracar al pie del Sitio de Cuautla. La primera sensación al entrar al edificio es inequívoca; ni en el vestíbulo ni en el ascensor que conduce al penúltimo piso han terminado los años sesenta. A la sombra, el interior es blanco y negro. Y por los reductos donde el sol se cuela, las imágenes son como de una polaroid, y demoran un poco antes de aparecer con su tibia palidez.